| Las 3 Espadas de CHUANG-TZUEspadachinesAntiguamente el rey Wen del reino chao era aficionado a la 
esgrima.  Los espadachines asediaban las puertas de su palacio.  Solía 
mantener más de tres mil de estos huéspedes.  Día y noche luchaban ante él.  
Al año, los muertos y los heridos pasaban de cien.  Su afición era 
insaciable.  Así pasaron tres años.  El estado iba a la ruina.  
Los señores feudales maquinaban ya contra él.  El Príncipe heredero K’uei 
deploraba esta desdicha.  Reunió a sus servidores y les preguntó quién 
podría persuadir al rey.  A quien le hiciera desistir de la esgrima, él le 
recompensaría con mil monedas.  Sus servidores le dijeron que Chuang-tzu 
era capaz de ello. El Príncipe envió un mensajero con mil monedas para que las 
ofreciera a Chiang-tzu.  Chuang-tzu no las recibió, pero fue a ver al 
Príncipe con el mensajero.  Al ver el príncipe le dijo: ¿Qué es lo que el 
Príncipe desea mandarme a mí, (chou), y quiere galardonarme con mil monedas?  
El Príncipe le dijo: He oído que su Merced es un santo muy esclarecido y por eso 
le he ofrecido respetuosamente las mil monedas para que pudiera con ellas 
obsequiar a los hombres de su comitiva, pero su Merced no se ha dignado 
recibirlas.  ¿Así yo, K’uei, cómo me voy a atrever a proponerle nada? Chiang-Tzu contestó: Me he enterado que el Príncipe quiere 
servirse de mí, Chou, para quitar al rey esa su afición.  Si su servidor 
habla a su Majestad el gran Rey, arriba me expongo a contrariar su voluntad y 
abajo me expongo a no lograr contentar al Príncipe; así estoy en peligro de ser 
castigado y muerto.  ¿Qué pueden, pues, servirme las mil monedas?  Si, 
en cambio, logro arriba persuadir al gran Rey abajo contentar al Príncipe, ¿qué 
no podré conseguir en el reino de Chao? El Príncipe dijo: Así es.  Pero a nuestro Rey sólo los 
espadachines pueden verle.  Chiang-tzu dijo: Está bien.  Yo también 
soy hábil en el manejo de la espada.  El Príncipe dice: Está bien, pero los 
espadachines que logran ver al rey son todos gente de cabellera desgreñada, 
patilludos, de gorros  alicaídos atados por debajo del mentón con gruesas 
cuerdas.  Levan vestido corto por detrás.  Tiene ojos torvos y hablar 
recio.  El Rey gusta de ellos.  Si su Merced se empeña en presentarse 
al Rey en ese atuendo de letrado Ju, nuestro asunto hallará gran 
contradicción.  Chuang-tzu contestó: Pido que me hagan un vestido de 
espadachín.  En tres días le hicieron el vestido de espadachín y fue a ver 
al Príncipe Heredero.  El Príncipe le introdujo al Rey.  El Rey le 
estaba esperando con la espada desenvainada.  Chiang-tzu entró a paso lento 
por la puerta del palacio (contraviniendo al protocolo).  Al ver al Rey, 
tampoco le hizo reverencia alguna.  El Rey le peguntó: ¿qué es lo que viene 
su Merced a enseñar a mi pobre persona para que se haga preceder del Príncipe 
Heredero?  Contestóle: Su 
servidor se ha enterado de la afición de su gran Majestad el Rey por la esgrima, 
así quiero darle una exhibición de mi esgrima.  El rey le preguntó: ¿En la 
esgrima, su Merced contra cuántos puede tenérselas?  Contestóle: su 
servidor puede ir derribando un hombre a cada diez pasos sin que en mil millas 
me puedan detener.  El rey, muy contento, le dijo: En todo el Imperio no 
hay rival para su Merced.  Chiang-tzu respondió: En la esgrima hay que 
presentar al enemigo el flaco propio, descubrirle ventaja, ser postrero en 
atacar y primero en dar.  Desearía tener ocasión para probarlo.  El 
Rey le dijo: su Merced váyase ahora a descansar a su habitación y espere mis 
órdenes.  Cuando esté dispuesto el ejercicio, se le llamará a su Merced. 2-El Rey en siete días fue probando y 
seleccionando a sus espadachines.  Entre muertos y heridos hubo sesenta 
hombres que quedaron fuera de combate.  Así seleccionó a cinco o seis 
hombres  e hizo que estuvieran con sus espadas debajo del palacio y 
entonces llamó a Chiang-tzu.  El Rey le dijo: Hoy vamos a tener la 
competición de los espadachines.  Chiang-tzu le respondió: Lo he esperado 
mucho tiempo.  El Rey le preguntó: ¿Cuál es la largura de espada de que su 
Merced se sirve?  Contestóle: Su servidor puede servirse de todas.  
Pero su  servidor tiene tres espadas.  Deseo pues que el Rey me diga 
primero cual de ellas debo usar y después la probaremos.  Dísele: Deseo 
saber qué tres espadas son las suyas.  Contestóle: Son la espada imperial, 
la espada señorial y la espada plebeya.  Respóndele; El Rey pregunta: ¿Cómo 
es la espada imperial? Respóndele: La espada imperial es aquella cuya punta es 
la ciudad de Shih Ch’eng en Yen chi, su filo es Ch’i tai, los estados Ch’in y 
Wei son su lomo, los estos Chou y sung son su guarnición, los estados Han y Wei 
son su empuñadura.  Está enforrada por los bárbaros de los cuatro puntos 
cardinales.  Está envainada dentro de las cuatro estaciones.  El mar 
Po le rodea.  La sierra Ch’ang le ciñe.  Es regida por los cinco 
elementos.  Los méritos y los castigos dictan la justicia.  La 
desenvainan el Yin y el 
Yang.  La primavera y el verano la sostienen; el otoño y el invierno la 
manejan.  Esta espada, puesta horizontalmente, no halla quien se le ponga 
delante.  Levantada en alto, no halla quien se ponga sobre ella.  
Puesta hacia abajo nada halla que se le ponga debajo.  Cuando se la blande 
nada hay que se le oponga a su lado.  Arriba corta las nubes que flotan en 
el firmamento; abajo corta las venas de la tierra.  En manejándola se 
establece la rectitud en los reinos feudales y el mundo se somete.  Esta es 
pues la espada imperial.  Wen Wang, aturdido y perdido con esta 
explicación, preguntó: ¿Y cómo es la espada señorial?  Contestóle: La 
espada señorial es aquella cuya punta son soldados sabios y valerosos.  
Varones puros y probos son su filo.  Hombres sabios y buenos son su lomo.  
Varones fieles y santos son su guarnición.  Sus héroes son su empuñadura.  
Esta espada, puesta horizontalmente, no halla quien se le ponga delante.  
Puesta hacia abajo, nada hay que se le ponga debajo.  Blandiéndola nada hay 
que se ponga al lado.  Arriba ha tomado como su ley del Cielo redondo y se 
rige por sus cuatro estaciones.  En medio se acuerda a los deseos del 
pueblo para establecer la paz en las cuatro comarcas.  Cuando se la blande 
todo retiembla como cuatro el trueno.  Dentro de las cuatro fronteras nadie 
hay que no se le someta y obedezca los edictos reales.  Esta es la espada 
señorial.  El Rey preguntó: ¿La espada plebeya cómo es?  Respondióle: 
La espada plebeya son gentes de cabellera desgreñada, patilludos, gorros 
hundidos sujetos al mentón con gruesas cuerdas.  Llevan vestidos cortos por 
detrás. Torva mirada y ojos saltones.  Hablar recio.  Se baten ante su 
público.  Por arriba se cortan los cuellos y por debajo se horadan las 
entrañas.  Esta es la espada plebeya.  En nada difiere de los gallos 
de pelea.  Un buen día el hado corta sus vidas.  En nada aprovechan al 
Estado.  Ahora su Majestad, el gran Rey, tiene el trono del Hijo del Cielo 
y está perdidamente aficionado a esta espada plebeya.  Yo, su servidor, la 
desprecio en mi interior en nombre de su Alta Majestad el Rey. El rey le tomó de la mano y le llevó al 
palacio.  Cuando el mayordomo les sirvió la comida, el Rey le rodeó tres 
veces (obsequiándole).  Chiang-tzu le dijo: Su Alta Majestad tome 
tranquilamente su asiento y calme su enojo.  Yo he terminado de exponerle 
este juego de las espadas.  Después de esto, el Rey Wen no salió en tres 
meses del palacio.  Los espadachines se suicidaron allí mismo. Extraído del Chuang Zi  |